25 de diciembre de 2007

Nostalgia (II)

Quizá todo quede lejano
y el polvo no te deje ver más allá de medio metro;
tal vez ese ayer no es más que una invención
para rellenar tu miedo a los espacios vacíos,
pero confía en mí una vez más,
atrévete a cruzar de nuevo los oscuros pasillos,
corriendo, pues sabes que no andan faltos de peligro,
y abre la puerta de aquella habitación
donde comenzaste a sentir los contratiempos.
Las paredes siguen forradas de estampados imposibles,
y allí, en el sillón orejero, la volverás a encontrar,
recostada, esperándote desde la primera vez que sentiste la palabra
(frustración).

Batín de cuadros, pipa en mano, bebiendo coñac,
sonrisa complaciente y humo por sus cuencas.
Te ofrecerá su mano, que rechazarás
—a ti siempre te disgustaron los guantes—.
Sin embargo, no podrás negarte a la armonía
de la delicada danza de las 3 de la mañana.

El repicar de campanas te indicará el camino a casa.
En ese momento, deberás haber deshecho la madeja
que fabricaste, sin querer, con tus torpes pasos.
Te darás la vuelta y la verás marchar no sin deseos de seguirla
pero, amigo, tu reloj de arena aún está por consumir.