Confieso
que desde el sábado pasado,
no puedo quitarte de mi cabeza.
Me siento como una quinceañera
con tu foto forrada en mi carpeta,
repitiendo tu mirada una y otra vez
en mi cabeza, evitando emborronarla.
Confieso
que creo que soy un estúpido
al escribir estas líneas de metro,
construyéndome una estación en curva
donde meter la pata y la vergüenza,
sin cuidado alguno para no introducir
clichés que dejan a cero la elegancia.