30 de julio de 2011

Date prisa, no te muevas.

El escenario es la azotea de un instituto, como las que aparecen en las películas estadounidenses. Compartimos a Don Antonio de profesor, que nos observa con curiosidad desde la ventana. Aunque a mí me incomoda su presencia y el hecho de que jamás se cambia de jersey, a ti no parece importarte. Actúas como si fuera un elemento de atrezzo, alguien irrelevante para esta historia.

A pesar de haber salido de clase, de tener la certeza de haber estado ahí desde las 9:00, siento como si alguien me hubiese colocado allí en ese mismo momento. La ciudad presenta un aspecto lamentable que no recordaba, pero seguimos con los hábitos de siempre. Sé que es octubre y hasta junio mi rutina diaria será pasar por esa aula, mirar esa pizarra, venir a esta azotea e intentar ignorar a ese profesor que observa. Y tú, siempre tú.

Te comportas con una familiaridad extrema, como si ya me conocieras de antes. Me tratas con paciencia, como si supieras que hay una historia en medio que ha de crecer con sumo cuidado, como quien riega una planta todos los días. No puedo quejarme, a todos nos gustan las sonrisas, los tratos de deferencia, jugar y entenderse.

Se suceden los días como en las secuencias de los dibujos animados en los que un calendario va perdiendo sus hojas. Se superponen imágenes de bromas y adivinanzas, cigarrillos y quejas, sueños de cambio y ganas de comerse un mundo que aún nos está vetado. Conversaciones que marcan un tiempo, que llevan al posible final que nos separará.

Llega el día señalado y salgo de mi último examen en dirección a la azotea. Sigo sin saber por qué te era tan familiar, sigo sin saber por qué conocías aspectos que aún no me había descubierto y no sé por qué siempre he tenido la sensación de haber anticipado algo que creo que va a llegar ahora.

En la puerta alguien ha pintado los tres asteriscos que suelen marcar las elipsis de las novelas.

Cruzo el umbral de la puerta y entiendo.

El cielo ha cambiado. Te saludo y por primera vez pasas absolutamente de mí. Me doy cuenta de que tu rostro es dos años más joven.

Me han vuelto a robar el verano, hasta junio seguiré con la incertidumbre y Don Antonio sigue llevando el mismo jersey.

9 de julio de 2011

No me lo cuentes, no quiero saberlo

Avanzan decididos,
controlan el medio,
marcan el ritmo,
dominan el encuentro,
llegan con peligro,
pero no aprovechan sus ocasiones.

Lástima.

La gente sigue botando,
canta, grita, jalea,
continúa el espectáculo,
cada vez más despacio,
cada vez más cuesta arriba,
la primera parte pasa factura.

Las estrellas se apagan,
no hay brillo,
no hay chispa,
acciones controladas
y una prórroga forzada
por miedo a rematar la faena.

Saltas al campo,
eres el revulsivo
en el momento exacto
en el lugar indicado
caída propicia que te lleva
a once metros de mí.

Tu dorsal dice Verlaine,
a mí me tocó ser Rimbaud.

No pararé este penalti.