29 de diciembre de 2007

Ave María purísima

Después de todo,
iremos directos al confesionario.
Admitiremos, gritando:
«no es la primera vez que me confieso».

Porque al final,
las noches que negaremos en rotundo,
se verán cubiertas de escarcha.
Y por mucho que raspemos, agüemos, o frotemos,
el vaho nos impedirá afrontar la realidad.

En el fondo,
sabremos que será nuestra culpa.
Aquella culpa, la gran culpa,
la que nos incita a golpearnos en el pecho,
por mucho que todo sea mentira.

Dejaremos nuestra suerte a la parca,
quien se verá convertida en testigo
primordial de nuestro acto redentor.

Porque sabemos
que las tres viejas furias existen,
nos miran de reojo,
disimulan con sus rezos,
y su vigilia no es sobre el que yace en la Cruz,
es sobre el que tiene penas que ahogar en la rejilla.

Y estarán esperando.

Impacientes.

El paso en falso que se inventarían.

Si este no llega a producirse.