Después de todo,
iremos directos al confesionario.
Admitiremos, gritando:
«no es la primera vez que me confieso».
Porque al final,
las noches que negaremos en rotundo,
se verán cubiertas de escarcha.
Y por mucho que raspemos, agüemos, o frotemos,
el vaho nos impedirá afrontar la realidad.
En el fondo,
sabremos que será nuestra culpa.
Aquella culpa, la gran culpa,
la que nos incita a golpearnos en el pecho,
por mucho que todo sea mentira.
Dejaremos nuestra suerte a la parca,
quien se verá convertida en testigo
primordial de nuestro acto redentor.
Porque sabemos
que las tres viejas furias existen,
nos miran de reojo,
disimulan con sus rezos,
y su vigilia no es sobre el que yace en la Cruz,
es sobre el que tiene penas que ahogar en la rejilla.
Y estarán esperando.
Impacientes.
El paso en falso que se inventarían.
Si este no llega a producirse.
29 de diciembre de 2007
Ave María purísima
Escrito a las 4:47