6 de agosto de 2009

Introducción a la lógica formal

Todo comenzó como parte de un juego. Estaban en la cama fumándose el cigarrillo y a él se le ocurrió una manera estúpida de aliñar la típica pregunta.

¿Y si al comenzar el día te dijera un número que determinase las mentiras que ibas a decir durante el día?

Mentir.

Mentir iba a mentir igual, es algo natural a la naturaleza humana. Nunca fue amiga de las directrices, pero un número fijo de mentiras... no era una norma. Era algo incluso divertido. Accedió.

El primer día fueron doce, lo recordaba perfectamente porque era uno de febrero. Doce mentiras que iba apuntando haciéndose una pequeña rayita con un boli, justo debajo de su reloj de pulsera. Un pequeño tatuaje con el que poder llevar cuenta de sus mentiras diarias.

Fue su error.

Las mentiras controladas. Por ella; por él. Otra fuente más de discusiones. Genuina... Única en su especie. Algo que sólo ellos compartían.

Celos por las rayas escritas tras respuestas. Paranoia por la posibilidad de mentir en las muescas. Desconfianza por la falta de certeza. Y aún así... él seguía dictando números, día a día, como si fuese una religión. Un número tras otro.

El cero marcó el final de la historia. El final siempre fue una verdad absoluta.