17 de julio de 2009

A Nicole.

Corría el año 2006.

Nunca me gustó el tenis, pero en esa época estuve muy enganchado a las apuestas por Internet. Último año de estudiante, otro año sin un duro, hacinado en casa porque la oferta de marcha arancetana es tan grande como las posibilidades de encontrar una Beck’s en Las Pedroñeras. Así que era bastante lógico que de repente palabros como Back, Lay al under o Money line, dejasen de formar parte de un argot incomprensible. Además, contra todo pronóstico, los Hurricanes de Carolina ganaron la Stanley Cup (tal y como pude apuntar en un conocido foro con bastante tino), por lo que el dinero ganado ya de por sí era abundante.

Así que tocaba el tenis.

Y en el tenis, estaba ella. Hipnótica. Vaidišová.

La clase hecha tenista. Nadie daba un duro por ella, pero miradla, con apenas 17 años y acabando con los sueños de Amélie Mauresmo (número 1 del mundo en su momento, damas y caballeros) y Venus Williams… Dando pasta a ludópatas potenciales como yo (clink, clink, ¡caja!) además de otras razones obvias (como todas las -ovas, dicen las malas lenguas) para ver Roland Garros. Como aquella semifinal.

Qué semifinal. Estaba bien encarrilada. 7-5, en el primer set, y en el segundo set 5-4. Yo, fiel a mis back a Vaidi desde primera ronda de Roland Garros (era la comidilla en aquel momento, y en ese momento no era tan enemigo acérrimo de las modas) ya me estaba frotando las manos. Ni siquiera hice Lay a mi Back para cubrirme... Iba a ganar. Ella sacaba muy bien, tenía dos puntos de partido, y un buen colchón por si le temblaba la mano. 17 años, y la oportunidad de jugar la final de Roland Garros… En cierto modo, me recordaba a mí (bueno, gran falta de modestia por mi parte, todo hay que decirlo), a la inminente falta de vacaciones, a esas entrevistas en empresas que en esos momentos parecían grandes e inalcanzables, a las ganas de acallar esas persistentes preguntas de qué era lo que iba a hacer con mi vida una vez terminada la carrera y que si mi carrera tenía salidas. Pues estaba claro, a cualquier sitio menos a casa… La vida en ese momento eran las rondas imposibles de Roland Garros que tal y como estaba haciendo Vaidišová iba a superar una por una hasta llegar a la final. Una Mauresmo, una Williams y después una Kuznetsova…

Hasta que le tembló la mano. Nunca una doble falta dolió tanto.

Vaidišová sonreía de frustración, algo que luego me vi aprendiendo a hacer por mi cuenta demasiado pronto. Esas sonrisas que esconden lágrimas corrosivas que acaban con tu estómago. Esas sonrisas que se entienden a tres leguas, pero que todo el mundo finge no comprender para ahorrarse conversaciones que sencillamente no apetecen. Bastante tiene cada uno con lo suyo, como para tener que escuchar la mierda de los demás (habrase visto...). El caso es que Vaidišová de repente había perdido la oportunidad. Pero aún quedaba partido. Solamente tenía que jugar como había hecho hasta ahora…

Pero Kuznetsova se la terminó comiendo. Con contundencia. La experiencia es un grado y a pesar de que no había cuajado un buen partido, terminó imponiéndose. Por fuerza moral, por cabeza fría, porque ya sabía que si cuando te dan las cosas en bandeja no las aceptas, te las terminan quitando. Por mucho que te las merezcas.

De todos modos, apagué el televisor con el convencimiento de haber visto el nacimiento de una estrella. Estaba totalmente seguro de que al año siguiente la vería en la final, que yo al año siguiente iba a estar también allí, que la milonga del JASP que me vendieron era posible y ahí estaría Vaidišová para demostrarlo…

Han pasado ya tres años de eso y... ¿habéis oído de hablar de Vaidišová?