21 de diciembre de 2009

La penúltima.

Érase una vez
un pretérito imperfecto
en el que la sencillez reinaba
y todo era lógico y causal.
Pero tuvo un mañana
en el que cuatro palabras dictaron
que el desorden de los factores
ya no alteraba el producto.

Una vez más, las melodías de tristeza
ambientaban la historia de los tres últimos días
en los que los recuerdos aminoraban el paso del tiempo
y tú, fantasma, ponías en jaque de nuevo al rey,
en una partida perdida.
Desde el principio.

Y al final desechas todo lo aprendido
para volver al bruto buoyante que nunca tuviste,
porque el neto jamás fue lo que prometía.

Tranquilidad y paciencia, te dicen.

Palabras fáciles para el que no padece.